Un blog donde compartir experiencias, porque el conocimiento aumenta cuando se comparte.
domingo, 8 de febrero de 2009
Prólogo del libro de Kostolany
PRÓLOGO
Desde Aristóteles a Juan Pablo II pasando por Marx, los pensadores han venido repitiendo, siempre y de modo apasionado, esta pregunta: ¿Está moralmente justificada la ambición y la posesión del dinero? Es imposible a juicio objetivo. Todo depende de la posición filosófica de cada uno.
Una cosa sí es segura: el placer de ganar dinero y la tendencia a poseer aun mas posiblemente no sean siempre del todo morales, pero sí resultan de todo punto necesarias para el progreso económico. La experiencia de la pasada década de los sesenta lo ha demostrado así sobradamente.
De todos modos, el placer de “ganar dinero” no es idéntico al placer de “poseer dinero”. Las motivaciones son bien distintas.
Resulta completamente natural que el hombre quiera poseer dinero. El dinero ayuda a conseguir independencia y comodidad, ofrece pequeñas alegrías y satisfacciones y, con frecuencia, sirve para mantener una buena salud.
Para la mayoría de los seres humanos, que no tienen dinero, el ganarlo es una necesidad cotidiana. Para otros significa un placer, y no por el dinero en sí, sino porque se trata de una “ganancia” en el auténtico sentido de la palabra. Sólo el idioma alemán llama al ganar dinero verdienen, que podría traducirse como “merecerlo”, “conseguirlo con el propio esfuerzo”. Los franceses (y los españoles) lo “ganan”, los ingleses lo “cosechan” (earn), los norteamericanos lo “hacen” (make Money) y los pobres húngaros lo “buscan”. El ganar dinero mereciéndolo –verdienen- puede incluso convertirse en un placer cuando se recibe a cambio de una actividad que se realiza con agrado y divierte.
El especulador de Bolsa vive casi una auténtica embriagadez cuando el dinero se gana con ideas que han demostrado ser válidas contra la opinión de los demás. La satisfacción de haber ganado con justicia es para el jugador de Bolsa una alegría aún mayor que el dinero en sí. Muchos son los que ven un placer en gastar alegremente el dinero y, en consecuencia, se ven sometidos a la necesidad de ganar más.
Por el contrario, el jugador de ruleta disfruta ganando; pero su segundo placer es perder, pues su satisfacción radica en la excitación nerviosa y no en el dinero. Ésta es la razón por la cual los millonarios dan el mayor número de apasionados jugadores de azar, sin que importe la cantidad que arriesgan.
Su placer radica en el desafío a la suerte. Yo conozco a una persona que nada en dinero y, sin embargo, se cuela en el autobús sin pagar. Lo que le importa no es la cantidad ahorrada, sino que le seduce el riesgo, el hecho de ir sin billete y librarse de la multa.
Extrañamente, los jugadores a los que les sonríe la suerte son, por lo general, los mas llamativos “nuevos ricos” y los mas embusteros y exagerados. Se jactando sus ganancias y se callan sus pérdidas. Tras un golpe de suerte se pavonean con aire triunfal como si fueran los mayores genios.
Los intelectuales y los artistas, junto a la ventaja práctica de ganar dinero, encuentran satisfacción en ello porque el dinero significa la confirmación oficial de su éxito. Hay pintores, escritores y músicos que nacieron ricos. Para ellos su gran placer es, por lo tanto, pintar, escribir o componer y, además, cobrar por ello sus buenos honorarios. Un viejo amigo mío compra, a través de intermediarios, los cuadros que pinta su mujer para que ésta tenga la satisfacción de ganar dinero con su arte. Incluso la mujer mas rica y mas hermosa cobrará gustosamente por posar como modelo de publicidad. Estos ingresos son la mejor prueba de que es realmente una mujer bella y deseable.
No cabe duda de que el ser pagado constituye la mayor alegría que produce el ganar dinero. Yo mismo he tenido esa experiencia. Cuando hace muchos años publiqué un libro que se vendió muy bien, mi mayor satisfacción no fue el diez por ciento de los derechos de autor, sino el saber que los lectores estaban dispuestos a pagar diez veces mas para conocer mis ideas. Al fin y al cabo, durante muchos años estuve ofreciendo mis consejos de manera gratuita, en distintos cafés y bares del mundo, a todo el que mostraba interés en conocerlos. Espero que éste libro me produzca una alegría semejante.
Naturalmente, existen seres humanos que renuncian al triunfo moral y al reconocimiento de sus méritos y solo encuentran placer en aumentar su dinero, sin importarles los fundamentos y los medios. Para este tipo de personas “el dinero es como el agua del mar para el sediento: cuanta mas agua salada bebe mas sediento se siente”, como ya dijo Schopenhauer. Y al final acabarán convirtiéndose en millonarias.
La definición de la palabra millonario resulta muy delicada, puesto que todo es relativo. “Es un millonario sólido –solían decir los vieneses-; tiene al menos 100.000 gulden”. En aquellos días eso ni siquiera resultaba paradójico, pues la palabra millonario no significaba necesariamente que el designado con ella poseyera un millón. Significaba y significa que aquel a quien se aplica es un hombre rico, merecedor de respeto, lo mismo se le puede llamar “un Rothschild” o un “Creso”.
Ser millonario en Nueva Cork no significa lo mismo que serlo en la Budapest actual. En Budapest hay millonarios, pero en florines y no en dólares.
Finalmente, surge esta cuestión: ¿posee la persona de referencia un capital de un millón o una renta de un millón, lo que significaría capital mucho mas considerable? En el siglo XIX, cuando en Francia o Inglaterra se llamaba millonario a un caballero, esto no tenía nada que ver con el capital que poseyera, sino con la renta de que disponía. Además hay que tener en cuenta, al referirse a un hombre que tiene un determinado capital o renta, cuáles son sus obligaciones, sus cargas y sus aspiraciones.
De acuerdo con todo esto, he aquí mi definición: un millonario es aquel cuyo capital o renta no depende de nadie y es suficiente para satisfacer sus aspiraciones y necesidades. Que no trabaja, que no tiene que inclinarse ante un jefe ni ante los clientes y que puede mandar al infierno a todo aquel que no le agrada. Esto significa el mayor lujo en la vida. El hombre que puede vivir así es el verdadero millonario.
Estoy convencido de que la mayor parte de mis lectores no están de acuerdo con esta definición del millonario. Es lógico, pues yo tampoco fui siempre de esa opinión. Sólo a la edad madura y tras muchos lustros de experiencia en la vida he llegado a esa conclusión.
Los candidatos a millonarios son impacientes. No están dispuestos a esperar largos años a que les llegué la fortuna. Solo mientras seamos jóvenes, se dicen, podremos sacar provecho a nuestros millones, y no cuando ya estemos obligados a ir en silla de ruedas. La independencia no es para ellos el gran objetivo. Sienten, como Goethe dijo, que “la pobreza es la mayor de las plagas, la riqueza el mayor de los bienes”. No sólo quieren disfrutar del lujo material, sino sentir también la “radiactividad” del dinero, es decir, el servilismo de los demás.
Para muchos, los millones significan también poder y posición social. Les produce alegría recibir el homenaje y la sumisión de los demás, atraer a los cobistas y oír palabras de alabanza. Y despertar la envidia de los enemigos. Su deseo es: mejor mil envidiosos que la compasión de una sola persona. El provocar la envidia se cuenta, también, entre los grandes placeres del millonario.
Mis experiencias de los últimos treinta años confirman que sólo puede llegarse a millonario en poco tiempo mediante una de estas tres posibilidades:
1. Especulando (con bienes inmuebles, valores, mercancías varias etc).
2. Contrayendo matrimonio con una persona rica.
3. Desarrollando una idea útil en el campo de la industria o el comercio.
A la especulación inmobiliaria le ha dado un gran impulso la inflación permanente, y también puede favorecerla la reconstrucción de un país destruido. Los créditos fáciles han producido grandes éxitos. Pero esas oportunidades no se repiten cada día.
Onassis llegó a ser uno de los millonarios mas admirados gracias a sus arriesgadas especulaciones con buques. Estas especulaciones pudieron basarse en créditos verdaderamente astronómicos, pero tan caros que en mas de una ocasión llevaron a Onassis al borde de la ruina, cuando los fletes sufrieron una caída vertiginosa. En los últimos momentos, su salvación se produjo al declararse una pequeña guerra, en algún lugar, que de nuevo hizo subir los fletes. (Personalmente estoy convencido de que Onassis y muchos de sus colegas avispados consiguieron de los bancos créditos en mayor cuantía que la garantía real del valor de sus buques, gracias a los sobornos.)
La lista de los recientes éxitos mas espectaculares es larga; no solo las ideas eran positivas y felices sino que además la gran ambición de ganar dinero fue el motor de esos éxitos. El dinero acude a aquellos que lo buscan con pasión ilimitada. El que quiere llegar a ser rico tiene que estar hipnotizado por el dinero como la serpiente por su encantador. Naturalmente, necesita además de suerte. Lo único superfluo es dedicarse al estudio y al aprendizaje de la economía
empresarial y otras pseudo ciencias.
¡Quién podría ser mejor ejemplo que el “rico Grün” de cómo puede llegarse a ser millonario sin necesidad de estudios!
Siendo pobre respondió a un anuncio en el que se ofrecía un puesto de sacristán en un templo en Viena. En aquellos días un sacristán tenia que saber leer y escribir. Como Grün era analfabeto, no le dieron el empleo. Desconsolado, utilizó el poco dinero que le habían dado como compensación por el viaje, para emigrar a Estados Unidos. En Chicago empezó a hacer buenos negocios. Con sus primeros ahorros creó una empresa que fue creciendo mas y mas a medida que pasaba el tiempo. Un gran grupo de empresas le compró sus negocios y, a la hora de firmar el contrato, se produjo la gran sorpresa: Grün, analfabeto, no estaba en condiciones de firmar.
-¡Dios mío! – dijo el abogado del comprador-. ¡Hasta dónde hubiera llegado usted de saber leer y escribir!
-¡Sería sacristán de una iglesia de Viena!- fue la respuesta.
Para aquellos que saben leer y escribir este libro será como una guía de viajes que los conducirá por el país de la especulación, por el fabuloso mundo del dinero y la Bolsa.
A quien penetre en esa Jauja maravillosa y se mueva dentro de ella sin más objetivo que el dinero, a aquel que tan sólo idolatre los bienes materiales, quiero abrirle las puestas para que pueda dirigir su mirada a un mundo muy distinto.
La Bolsa, de acuerdo con mis experiencias, es un regalo que me he hecho a mi mismo, un trozo de mi propia libertad. Y para disfrutar de las vivencias de esa libertar dispongo de la música, de la literatura y, sobre todo, de la satisfacción del contacto con los otros seres humanos, con los humildes y con los más encumbrados.
Por esta razón, la siguiente confesión es auto consciente y orgullosa:
¿Ministro de Hacienda? No puedo serlo.
¿Banquero? No quiero serlo.
¿Especulador y jugador de bolsa? ¡Eso es exactamente lo que soy!
ANDRÉ KOSTOLANY
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